No es confort. No es alivio ni infierno. No es paisaje ni aburrimiento. No es aberración, avaricia u odio. No es desolación. No es falta de moral. No es fórmula errónea. No es nada de lo que creemos que es, no es ninguno de esos adjetivos o nombres que le adjudicamos para creer que detectamos qué nos pasa. Es un millón de especulaciones, pero, a su vez, nada cierto. Pura incertidumbre.
El sentido no es sentido en verdad. La opinión, la sensación, el miedo así como el amor que albergamos, siempre fue subjetivo, relativo, y, sobre todo, rotativo sobre el eje de nuestras cosas, de nosotros mismos, mejor dicho. Una prioridad reemplazable por otra, un sueño que perdió color, un conjunto de principios a los que nos aferramos para dar un paso adelante o uno hacia atrás, una canción que nos impulsó a llorar, a recordar, a amar, a escribir o a bailar, una metáfora en nuestra vida, carencia de congruencia entre hechos, palabras y actitudes, una debilidad inmediata, desproporción entre nuestro amor propio y el amor que le tenemos o tuvimos a otra gente, minorías que nos quisieron o mayorías que nos odiaron, noches despiertos, atentos a la nada, al pensar, a la frustración. Inválidos o más movilizados que nunca, rozando el atardecer, o en cualquier momento del día...lo significativo, lo lamentable, lo obvio, lo ocurrente, lo coherente, lo desconocido, todas esas cosas no son más que verdades variables para cada uno, que mutan, que desaparecen, que se disuelven, que nos determinan en diferentes situaciones y hacen de nuestros actos, luego, un estilo de consecuencia.
Lo consecuente es libre de ser según nosotros y los elementos temporales que tenemos. Sólo eso.
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Cansada de remar donde no hay agua.