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sábado, 12 de septiembre de 2015

 Nadie me vio por mucho tiempo. Muchos, supongo, habrán pensado que era mejor olvidar ciertas presencias, por causas que pueden diferirse las unas de las otras. Y es que todo es una serie larga, enorme, incontable e insólita de elecciones que nos permitimos tomar. Más allá de aquello que quedó en el "que habría pasado si..." (que condiciona nuestros estados temporales), todo es una síntesis de lo que nos permitimos ser, y, obviamente, del por qué de ese permitido.
 Hay una calma que asusta y que no siempre es tan reconocible como se cree convencionalmente. No todo depende de un hecho crucial o una palabra dicha en el contexto erróneo, sino que puede deberse, simplemente, al aburrimiento, la inercia, el absoluto desgaste. Esta calma misma de la que hablo, se refiere a ese desgaste. Inexplicable, raro, cuasi injustificable desgaste.
¿De qué puede hablar esa calma si no tiene un motivo concreto? De mil cosas, de mil situaciones que exclusivamente son albergadas por el inconsciente. Pero, al margen de que diga mucho o hable a medias, la misma tranquilidad pasa a segundo plano cuando todo se derrumba. Y todo pueden ser muchas cosas preciadas al mismo tiempo, muchos lazos afectivos cayendo al mejor estilo dominó. Todo sincronizado.
 Últimamente me pregunto de quién es la culpa de que todo caiga de manera tan craneada. Sin embargo, no podemos recurrir al recurso más básico conocido por el ser humano y querer encontrar una figura a la que podamos señalarla con el dedo. Por eso, me ví a mí misma muchas veces en muchos acontecimientos, repasé mi entusiasmo, mi eficacia, mi capacidad de expresión, mis peores defectos (aunque nunca termino de contemplarlos) y supe que no sólo yo, mis cambios y quien está del otro lado tienen que ver con el derrumbe, sino que el universo mismo.
 Puedo captar esta serie de ideas en mi cabeza y aceptarlas, aunque nunca podría comprender por qué este tipo de hechos pueden darse todos al mismo tiempo. La lejanía es muerte lenta, frío que va en picada, diálogos con uno mismo, quedarse con las ganas de tal o cual cosa. La lejanía puede ser, en muchos casos, veneno de un tipo muy único. Se puede presentar sin emitir sonidos o dar el presente, puede enmascararse en una realidad que, teóricamente, es común y buena. Puede hacer de todo, y luego, simplemente, manifestarse del modo más intenso.

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Cansada de remar donde no hay agua.