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lunes, 2 de junio de 2014

Hasta las manos.


 Sé que la especulación es la única que me salva, que si me arrivo a supocisiones, soy capaz de amar cada partícula del mundo, que me darían mas ganas de estar bajo el sol si hay palabras y que, con  hechos, puedo entender un poco más la profundidad de la alegría, indagarla sin miedo, e inclusive desaferrarme de cualquier necesidad de temor.
 Hay tanta suerte en el aire, pero últimamente no se topa conmigo, y debe de ser por eso que, desorbitadamente, siempre intento darle giros fallidos a mis cuestiones. No hay motivo por el cual no deba creer que, aún chocándome contra concretos, tropezando por torpezas, siendo inútilmente feliz, pasándo desapercibida por los ojos de gente que tiene absoluta relevancia, en una proporción importante, soy responsable de todo lo que me late, todo lo que cambio o dejo pasar. Quizás la negación me retiene entre la profunda condición de desear sin parar y el de captar factores de la realidad. Y hoy decido sujetarme a la inestabilidad, que es la que mejor me conoce, la que me motiva a ser ella, mutarme, fusionarme junto con sus porquerías y ser así...un ser caído y levantado.
 Tal catástrofe, sin embargo, se desencadena a partir de todas las debilidades de uno, y todas las peculiaridades del otro, esas que elegís apreciar y detestar a la vez, esas que aborreces hasta en tus horas de sueño y las que más estallidos desaforados provoca. Pero sí, admitir que se torna ridículo querer, en algún punto, no está tan mal. Ser parte de una agonía, de una proporción de horas ahogándose en preguntas, de una sonrisa que ama tener consigo el corazón acelerado, de horas restadas de sueño para tener tiempo y pensar todo lo que podría ser, nos hace recaer en temerosos enredos, de esos que, todos sabemos, son mentales y emocionales, lo más verídico que podemos encontrar en nuestras mentes y con una dulzura que no podríamos exponerle a nadie si no nos diera seguridad de que, al hacerlo, todo estará bien...y  será recíproco.
 Estoy alerta, porque al cabo de un período de tiempo, dejando que las sensaciones se den y aumenten toda capacidad para acaparar mi sentido común, me encuentro adormecida, sin ganas de concentrarme. Sería erróneo no odiar este sentimiento...y ya lo estoy odiando. Intento evadir desvelos, ansias acumuladas que se desahogan en un montón de cigarrillos, ataques neuróticos, los cuales se reflejan  en gritos que yo sola puedo escuchar, palabras suprimidas, minimización de deberes que cada día tienen menos trascendencia en mi rutina, ecos dramáticos de todo lo que me gustaría no dejar pendiente, entre otros asuntos. Quiero evadir todo, inclusive lo que me conmueve, porque todo lo que me hiela o hierve la sangre es lo que más frágil me deja.
 Se acorta todo, se convierte en lejanía sin que lo quiera, se alojan tormentos, dudas permanentes, apegue a todo lo que sea recordatorio y, aunque todo lo descrito se traduzca a pura intemperie e incertidumbre, la única opción existente que encontré entre tanta paranoia fue la de aceptar, dejar ser, entender que todo espacio de mi mente que se vuelva caótico tiene un motivo de ser así.

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Cansada de remar donde no hay agua.