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domingo, 30 de mayo de 2010

Soñar para nunca caer en la realidad, para nunca salir perdiendo. Soñar para no sentir dolor, para aparentar que todo está bien. Soñar, para tapar el dolor, para llenar la cabeza de esperanzas.
No es extraño que cuando algo está mal, o sabemos que algo malo está por venir nos ocultemos en nuestros sueños, en nustras ilusiones. Son un refujio que nos proteje, por poco tiempo, de esa realidad que preferimos no vivir.
No siempre es para eso, también sirve para tener esperanzas. Nos alimentamos de los sueños, vivimos de las ilusiones.
Creamos una irrealidad, opuesta a la realidad que estamos viviendo. Ese camino puede despistarte, pero por poco tiempo.
Cuando caemos, y nos damos cuenta de que no estamos viviendo esa ilsuión tan querida, la caida es mucho más fuerte, y dolorosa también. Nos duele saber que todo lo que creamos con nuestra cabeza no existe, o todavía no lo cumplimos.
Inconcientemente, nos ocultamos de nuestros miedos, o vivencias.

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Cansada de remar donde no hay agua.