Tiempo agotado, de esos que dijeron que jamás se hundirían,
ni por ataques ajenos, menos por asuntos internos. Tiempos que han sido una
buena distracción, funcional a la hora de despojarnos de la verdadera
responsabilidad de vivir, de sentir el cariño y no la disconformidad, de
aprender de un golpe en vez de odiarlo hasta quedarnos somnolientos. Tiempos
con uso desechable y una determinante fecha de caducidad, que nos regocijaron,
nos acomodaron en un pedestal, aumentando nuestro nivel de individualismo. Tiempos
que creíamos conocer mejor porque pensamos, efectivamente, que éramos nosotros
mismos en “aquellas épocas”, dándole un lugar de pertenencia al pasado tan
especial y tan sublime, que nos revuelve en esa fosa séptica que se convierte
la añoranza después de conservarla por tantos días. Tiempos tan cálidos que
cuesta creer que existieron si nos arrojamos al borde del abismo que es el día
a día, el pensamiento profundo, ese que no conoce nadie. Tiempos redundantes,
convirtiéndo nuestras vidas en mecánica de rutina, inercia y monotonía. Tiempos
que creíamos que eran milagrosos, como si alguien nos lo hubiera regalado.
Tiempos de tanto descontrol, sano e insano, divertido y perturbador, legítimo e
ilegal.
La vida es un
constante “tiempo”, todos usamos inevitablemente esa palabra. Lo cierto es que
el tiempo real, el que lo vale de forma significativa, es el que pasó por
nuestras mentes, confeccionado por nuestras más subjetivas creencias y
decisiones. Mientras el descontrol, el milagro, el hundimiento sucedían, podían
pasar muchas cosas, podíamos ser diferentes adjetivos para diferentes personas.
Todos fuimos apuntados con un dedo, fuimos tan abandonados como un objeto de
uso poco efectivo, disfuncional. Todos hemos sido, pero nuestros tiempos…los
internos, varían más allá del contexto que nos proporcionan las circunstancias
y la gente.
Va haber un momento
en el que vamos a ver a los tiempos como algo impropio, de poca pertenencia,
porque comienzan a ser relatados en tiempo pretérito. Eso suele asustarnos, así
como aliviarnos y, tras esas sensaciones, nos hacemos creer que lo que decidimos es correcto. Pero va a llegar un día en el que todas nuestras verdades se
desconfiguren, y todas esas épocas serán certeras, indiscutibles de alguna manera.
Todavía no aprendí mi
lección. Uno tiene que encontrar la versión del panorama que es amplia, limpia
y auténtica. Nos borramos muchos detalles sobre la marcha de las cosas, pero sé
cuánto vale todo lo que percibo, porque de alguna manera u otra, es lo que he
decidido ser frente a un montón de circunstancias y presentimientos de mierda,
que no llevan a nada (a veces). Sin embargo y retomándo, falta mucho para
saber contundentemente ese panorama tan grande. Pero eso no debería asustarme,
porque mi tiempo es el que vale, la inversión que almaceno en él por más errónea
que resulte finalmente.
Nosotros somos
nuestra mejor fuente para entender la realidad, sin importar lo poco minucioso
que sea todo.
somos "muchos nosotros" a lo largo del tiempo, y esas metamorfosis que nos van tallando nos crean pequeñas catástrofes en nuestra cabeza que nos van "desconfigurando verdades" hasta que de ese caos volvemos a nacer.
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