.


martes, 14 de mayo de 2013


  -Toma.

 Pasamos por una noche que parecía leve, de esas que quedan de un modo muy memorable en tu cabeza si pensabas en escarbar entre los recuerdos de aquella época. En el fondo sabía que no me sentía bien realmente. No sólo estaba cansada físicamente, sino que para esa altura el aspecto emocional estaba terriblemente agotado. Ya era de madrugada y la gran mayoría del edificio estaba descansando, todos distribuidos en sectores variados. Para cuando mi grupo decidió que era hora de dormir, yo los acompañé, pero no sin antes recalcarme a mí misma el profundo dolor y la impotencia que, en ese momento supuse, no me dejarían dormir en paz. Las personas se iban acomodando poco a poco conjunto conmigo, y a la par se asomaba una mala percepción de lo que se venía. Encontré un espacio sobre dos sillas unidas y lo usé a modo de cama para no terminar en el piso. Mucha gente estaba tranquila, o creo que todos ellos. Había sido un día largo pero lleno de potencial positivo concentrado, y no creo que alguien se haya encontrado de esa misma manera en aquel momento. Fui la triste excepción de esa noche, y no es algo que me agrada decir. No encontraba felicidad en ningún rincón de la sede, y no sé porqué, para empezar, tuve la tonta idea de quedarme ahí. En realidad yo no imaginé esa situación, porque hasta cierto punto de la noche, antes de pasar la madrugada, las cosas se saboreaban bien. Las matices fueron cambiando, oscureciendo, decayendo, y a mí no me quedaba más que adaptarme a mi ambiente propio. No había tiempo para soluciones, ni pensamientos tediosamente examinados, así que sólo me quedé allí esperando ansiosa a que algún tipo de hecho mínimo y agradable cambiara esa frialdad que me recubría disimuladamente.
 Las risas fueron apagándose para convertirse en ronquidos o ligeros ruidos de respiración que sobresalían un poco en el absoluto silencio. Yo me callé por completo cuando ya no me llamaba la atención ningún tipo de movimiento ni nadie me dirigía la palabra. Quise verlo mientras también quería dar la media vuelta y hacer de cuenta que su presencia no era gran cosa, ni siquiera cuando lo veía casi todos los días y cuando ese tipo de ocasiones se volvían algo frecuente para aquel entonces, pero esos falsos pensamientos que pongo en mi cabeza sirven poco y nada.
 Entre vueltas y vueltas en esa cama improvisada, con un frío que me fastidiaba por sobremanera, me largué a llorar lo más silenciosamente posible. No fue mi intención, en serio, pero fue algo ya incontenible. La angustia quería salir de alguna forma y ya no encontré impedimento ni barrera lo suficientemente grande como para no dejar pasar las lágrimas. De todas maneras nadie me escuchó, y allí me quedé con la cara húmeda observándolo en absoluta armonía con sus sueños mientras que yo quería imitarlo y estar del mismo modo.
 Recuerdo haberme dormido, pero un escaso tiempo, durante muy pocos minutos. El sol comenzaba a asomarse desde un costado de los cortos muros que recubrían el colegio y yo me desperté para no volverme a dormir. Allí la monstruosa angustia me volvió a molestar, y los deseos de accionar para que algo de eso se rompa fueron enormes, incontenibles  chillones, tanto, que gritaban agudamente que, por favor, me sacara a mí misma de ahí lo antes posible. Y lo hice, sorprendentemente, pude más que mi propia vagancia y resignación. Sigilosamente caminé hacia la puerta con mi mochila en mano. Caminé mientras que al mismo tiempo me abrigaba, y como ya había visto que se hizo la hora en la que las puertas se podían abrir, me fui sin avisarle a nadie. Fue un alivio que nadie me pudo quitar, no duró mucho, pero me calmó. Con esa partida no solté mis angustias, pero supongo que una mínima carga, una casi invisible se desató de mi cuerpo.

1 comentario:

  1. Que lindo es pensar que pasamos por esos momentos, como se extrañan, capturaste la esencia!

    ResponderEliminar

Cansada de remar donde no hay agua.