Los
cuerpos caen cansados unos tras otros, acomodándose en donde encuentran un
hueco disponible, después de tantas charlas repletas de incoherencias, de
tantos gritos que quedan suspendidos en el aire, de tantas risas sin
explicación y de buenos ratos. Terminan fulminados, como si el día no les
hubiese dado respiro alguno, como si todo lo que les quedaba en el cuerpo era un
agotamiento enorme, largo, que los alentaba a dormir por horas y horas. Aún me
encontraba despabilada cuando me sorprendieron las luces que al mismo tiempo se
empezaban a apagar dejándole lugar a una incomoda oscuridad que me regalaba el
momento indicado para desplazarme del departamento.
Los ronquidos empiezan a
hacerse más notorios y no queda más que una música de fondo haciendo juego con
el ambiente que quedó, junto con todas sus sobras. Camino por entre los papeles
tirados en el piso, las cenizas desperdigadas por todo el living, las botellas
vacías y los vasos que quedaban a medio terminar. Limpio, desesperanzada de que
alguno abandonará su sueño para ordenar las habitaciones, y después de terminar
con mi trabajo entro a la cocina. No había nadie, nadie más que yo,
prendiéndome un cigarrillo, esperando a saciar los nervios que me consumían
viva por dentro. Oculto unas lágrimas presionándolas contra mis ojos para que
no salgan y me quedo mirándo el cielo que comienza a nublarse. Escucho un
silencio digno de ser apreciado pero de esos que también te permiten sacar a la
luz pensamientos inimaginables. El silencio nos da el pie a todo, incluso a no
hacer nada, a no querer nada, a dejarse a uno mismo. En aquel momento no me
desprendí ni de mí ni de ninguna de las ideas que llevo conmigo hace rato, pero
sentí una resignación que me tocó por dentro. No me había dejado de importar
nada, ningún sentimiento perdió su valor actual, sólo encontré una verdad que
me pedía a gritos que simplemente me resignara con ciertos aspectos. Llorar por
lo inevitable ya no es válido a ésta instancia. De vez en cuando hay que ir
contra la imaginación, contra el egoísmo, contra el instinto natural que nos
dirá una cosa clara. A veces debemos hacer todo lo contrario, y en aquel
entonces mientras que una lágrima luchaba contra mí para salir de mis ojos, la
resignación la regresó a su lugar, mis ojos se iban secando de a poco. Me
atrajo la soledad en aquel instante, en el que todos parecían que sólo figuraban
siendo parte de una escena, donde me otorgaban la facilidad de sentir como el
espacio no recibía sonidos ni gritos alterados que se escuchaban desde el final
del pasillo. Me hundo, dejo pasar los minutos, y allí se rompe ese clima, y pasamos a otra escena...
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Cansada de remar donde no hay agua.