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martes, 14 de septiembre de 2010

Quiero soledad.

Empecé el día normal. Después estaba feliz, prácticamente. El hecho de saber que gracias a los paros docentes no iba a tener escuela por dos días seguidos me hacía sonreír instantáneamente. Así que seguí mi día con una sonrisita de oreja a oreja confiando en que el día iba a estar lindo. Además, dejó de llover. O sea que era momento perfecto para salir a la tarde con mis amigos a boludear un ratito... o mejor, ir al club como todos los martes. 
Fuimos, todo bien. Éramos seis, jugando al fútbol, (sí, yo y mi amiga jugamos todas las tardes de los martes al fútbol con hombres) todos felices, todo bien. Pero en un momento me empezó a atacar una angustia increíble. Algo pasó como fugázmente por al lado mío y me hizo mal. No sé qué fué exactamente, pero me pasó, y después me amargué. Jugué mal, sin ganas. De vez en cuando me perdía y me iba a otro lado. No, no sé que era, en serio. No entiendo qué fué eso que me pasó por encima tan fuerte, como si fuera un tren enorme con muchísima carga, o mejor dicho, problemas. No me dejaba respirar, por así decirlo. O sea, me invadía la amargura. Entonces me aburrió/cansó/hartó estar encerrada, tratando de jugar a eso, y también, arruinándoles el juego al resto, que estaban lo más bien y no tenían la culpa de mi mala onda. Así que en cuanto llegaron dos chicos más, algunos se sentaron, otros se pasaron la pelota, y a sus mundos (compartidos) cada uno. Eran todos haciendo cosas diferentes juntos, menos yo. Que estaba sentada en el piso, sola, mirando, pensando. No sé. De vez en cuando se me salían un par de lágrimas, pero trataba de que nadie las viera. 
En un momento pensé que era mejor irse. Estaba ahí sin motivo alguno. Así que miré la puerta, y pensé "¿voy a mi casa o camino un rato por la calle sola?". No sé, me daba lo mismo. No quería llegar a mi casa, pero tampoco estar mucho tiempo más ahí. Quería caminar por la calle sola, por que lo amo y pienso muchísimas cosas, pero mis pies estaban cansados, yo estaba melancólica, y tenía muchísimo sueño. "Voy a casa, ya fué" pensé. De última caminaba por ahí después. 
Así que me cercioré de que nadie esté mirando, todos en la suya, me paré, me fije si mi plata y mis llaves estaban en el bolsillo, y me fuí al carajo. Rápido, muy rápido caminaba. Con cara de orto, esperando a que ninguno se halla dado cuenta.
¿Por qué me fuí sin saludar? No sé, la verdad es que quería irme de golpe y sin explicaciones. Si me tenía que ir avisando, me iban a preguntar, y hasta quizás, algún que otro grupo querría acompañarme, y yo quería soledad, la necesitaba. Por eso me fuí tan dezcortesmente.
Caminé diez, doce cuadras hasta mi casa. Paré en un kiosco a comprar Pepsi y un chocolate blanco Tofi. Tenía mucha hambre, y una de las cosas que me calman la amargura es comer chocolate como loca. Así que comí, lloré un poquitito, y me calmé.
A las pocas cuadras, casi me había olvidado de lo que hice. Estaba tan metida en mis pensamientos, en mis cosas, que ya ni me preocupé por saber si se dieron cuenta de que no estaba, si se preocuparon, si me buscaron. Ya ni me interesó. Además, después íbamos a hablar de alguna forma. No me alarmé ni un poco.
Llegué a casa, y ¡sí! estaban durmiendo... no llegó la alumna de mi vieja todavía. Así que fuí a la computadora, jugué al Counter, comí un poquito más de chocolate, y después me llamaron los chicos para saber si llegué bien, y bla bla bla. 
Seguramente alguna de esas personas lo va a leer y se va a enterar que ni yo supe porqué tanta angustia de repente.

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Cansada de remar donde no hay agua.