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viernes, 25 de junio de 2010

¿Vieron cuando vemos a alguna nube o a la luna, y sentimos que si corremos queda como si estuviéramos debajo de ella? Y cuando corremos, ella sigue al mismo ritmo que nosotros, pero más adelantada? Nunca llegamos a estar abajo de ella, siempre está adelantada. No volamos alto como para estar ahí, no corremos rápido como para alcanzarla. Y frustra. Nos sentimos como árboles en otoño. Sin hojas, con un color triste, atados a la tierra, sin poder alcanzar nada. No hay vida, por que no lo alcanzamos. No llegamos a lo que queríamos llegar. Se vá. Y, a simple vista, creemos estar cerca, creemos que con algunos pasos llegamos. Pero no, nunca lo hacemos. La desilusión es terrible, las ganas de llegar son enormes. Nos sentimos sin vida, sin color, sin ganas, atados a algo, destinados a lo mismo. El perder las ganas nos cambia por completo. Cambia nuestra forma de ver, de sentir, de interpretar las cosas, de comunicarnos. Cuando nos frustramos, somos otros. Cuando nos desilusionamos, también. Nos sentimos unos árboles sin vida, sin ganas, que nunca alcanzan lo que quieren. 
Soy un árbol anclado en la tierra.

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Cansada de remar donde no hay agua.