Aunque no se pueda creer, existió una noche de verano que fue exactamente así. Recuerdo haber salido de mi casa a las doce de la madrugada con el fin de caminar. Sentía que me faltaban muchas cosas, pero no estaba en un estado de dramatismo. Lo inusual era no verme dramatizando, pero aquel día todo era melancólico, sin motivo, sin razón, en una medida justa que provocaba escalofríos y que se mantenía inerte a pesar de las cosas. Era la porción de angustia sin escatimar ni excederse: era perfectamente equitativo en proporción y supongo que eso habrá sido lo que me sorprendió. No llovía torrencialmente, mis pies no se estaban mojando, mis lágrimas no se confundían con las gotas de agua que caían, nadie pasaba a paso apurado para llegar a casa y no empaparse. No era una situación de película, era algo mucho más sencillo que eso. Todo estaba demasiado quieto. Habrá sido una razón crucial para creer que nunca sentí tan perfectamente medida la melancolía en mi vida.
No llevé nada para escribir, pero varios pensamientos vagaban por mi cabeza. Se me hizo complicado sentarme a repasar una por una mis falencias, porque la hora del análisis era la hora del tormento. Parece como si no dejaras de atacarte con palabras, como si la mente quisiera jugarte una mala pasada por un rato. Siempre sonaba feo sentarse a pensar sobre los errores, repasarlos y por cada uno sacar una conclusión terrible. Sí, al principio, sentarme parecía la peor idea pensada, pero cuando me detuve...simplemente no sucedió. Esta vez no mantenía guerras conmigo, ni con mi pasado, ni con los recuerdos, ni con lo que nunca pude decir o lo que dije mal. No estaba ordenada, ni desordenada. Sólo estaba, y era un estado incomprensible porque para aquel momento, en el que supuse que los minutos me dieron el pie como para gritarme barbaridades con respecto a mis errores, no pensé. Bueno, sólo observaba. Me centré en el gato que se me cruzó corriendo, aquel que no era muy distinguible. A los pocos segundos se aproximó un tren de carga muy largo, con unos cuarenta vagones de carga. Aparentaba un tamaño eterno, pero no me molestaba en lo absoluto. Concentré mis ojos y mi mente en contarlos uno por uno, y ese fue otro rato enfocado en una tontería que se anteponía a mis examinantes. Luego sentí a los grillos cantar. Eran varios, dos o tres que coreaban a la par. Uno nunca lo analiza tanto, pero usualmente ellos andan haciendo ruidos en la noche. Generalmente los tapa un auto, o las diversas charlas de la gente, o cualquier otra cosa, pero para cuando la ciudad está dormida, entonces los grillos son más protagonistas. Mis oídos los consideraron protagonistas por unos siete minutos, hasta que me dí cuenta de que necesitaba estirar las piernas. Se me estaban durmiendo, y no creo ser la única que odia cuando eso sucede. Es como si te estuvieran clavando agujas chiquitas una y otra y otra vez. Agujas fastidiosas, no de las dolorosas, sino las que el sueño en la pierna te puede proporcionar.
Tardé mucho en caer: me había concentrado en todo tipo de sucesos ajenos a mi persona y no a mi cabeza. Parecía como si todo hubiese captado mi atención. Era todo más llamativo y fácil de contemplar. Mientras movía las piernas desesperadamente en el intento de despertarlas, comprendí que no siempre necesito vivir dentro de mi propia mente."
Que linda entrada. Sencillamente hermosa. Lograste separarte por un tiempo de tu ser y te abstrajiste de todo, de las estructuras tangibles e intangibles, que nos molestan y asfixian por momentos, pero a la vez habitando este mundo desde lo mas profundo y esencial de tu ser, prestando atención a las pequeñas cosas que pasan desapercibidas producto de la vorágine que nos rodea. Ojalá logres esa superación sobre la mente mas seguido, a todos nos pasa.
ResponderEliminarBueno cuando quieras pasame la dire al mail; calligo87777@hotmail.com, me gustaría hacer algo por alguien aunque sea en vano. Besos.