.


jueves, 2 de septiembre de 2010

Colegio, cada día te odio más.

Empiezo el primer día de septiembre mal.
Renunció la maestra de matemáticas por nuestra culpa, y la directora no tuvo mejor idea que quejarse, joder, darnos un discurso, y cambiarnos a todos de lugar. Y, obviamente, ella me puso sola, en el medio, en frente de todo.
Sí, me tiene bronca. Me odia profundamente. Y bueno, es una maldita obviedad eso de que me ponga ahí, me mire, me nombre, me mande a dirección por nada, me rete por boludeces, y todas esas cosas que hacen las viejas amargadas que están llenas de amargura y son unas frígidas de mierda.
La odio, simplemente la odio. No hay cosa que deteste más del colegio que la que lo dirige. Odio esa onda. Esa forma de hablar. Esos tonos de voz que hace que uno suponga que la mina flashea que está en una película de ciencia ficción. Exagera todo. Quiere que las chicas nos portemos como mujeres, como damas, como personas civilizadas. Nos portamos normal, como una piba de nuestra edad, de este siglo se porta. No sé en qué época se quedó, pero que adelante un par de años para darse cuenta de como son las cosas ahora.
El día empeoró cuando, de enojada y angustiada que estaba, me fuí al baño a escuchar música un  rato, vinieron dos amigas a consolarme, hacerme reír, y apareció otra que odio con todo mi corazón: Graciela. La que este año entró para mantener el orden en el colegio. Limpiar los salones, etc. Pero, evidentemente, nunca agarró una escoba en su vida, no tiene idea de lo que es un limpiador. Por que siempre que llego al salón los bancos están llenos de papeles, de chicles, de botellas, etc. Bueno, nos vió con esa típica cara de orto, y nos habló sobre que nos teníamos que ir. ¿Acto seguido? le dije, de lo enojada que estaba: sos una amarga, no sé si alguna vez te lo dije. Y me fuí enojada, harta, cansada, ofendida, indignada. Por que el día recién empezaba y yo ya me estaba cansando.
Cuando llegué al salón, estaba Victoria, mi amiga, peleando con la profesora de lengua. Ella llorando, roja como un tomate, discutiendo. Todas sus palabras enredadas con las de la maestra. Un griterío. Un desastre.
Me pasé el resto de la hora mirando para abajo, callada. Como para que sepan lo mucho que odio el colegio.
Llegó la tercer hora, y nos tocó una materia que odio, y no por la materia en sí, sino por la maestra. Que cuando quiere está bien, y se enoja por nada, nos saca minutos de recreo, entra con una amargura increíble al salón, nos dá un sermón sobre lo cansada que está, sobre lo grandes  que estamos, que necesitamos madurar. Insinuando que somos el peor grado que conoció en sus trece años como maestra. Y ese día no fué la excepción. Nos volvió locos interrumpiendo la  charla a cada rato. 
La cuarta hora, una mierda más: teníamos plástica, y llegó una maestra suplente. Primero que nada, su voz era espantosa, porque hablaba como si tuviera un broche en la naríz ( ja ja, me acuerdo y me dá risa). Llegó amargadamente. No nos preguntó que estábamos viendo. Me paré para sacarle punta a un lápiz, y ella me empezó a tratar con la peor onda del mundo. Nos recalcó una y otra vez su opinión sobre la ex suplente de Ciencias Naturales y matemáticas. Básicamente... nos jodió.
Quinta y última hora: la peor, bah, una de las peores.
Entra la directora con esa cara deforme que tiene, con sus arrugas que hacen que parezca de 100 años de edad, con su maquillaje feo, con colores raros. Con esa campera espantosa con colores deprimentes, con esos pantalones horribles. Con ese pelo pajoso, mitad canoso mitad, no sé si es amarillo medio opáco, o qué, pero tiene varios tonos de color en su pelo cortito y feo. Es para llorar. Es una abuela digna de un circo. Es un desastre por dentro y por fuera.
Lamentablemente, desgraciadamente, nos tocó como "profesora" de matemática. Nos jodió, nos habló, gritó, jodió de nuevo. Y nos dió una fotocopia de 5 problemas de mierda. Y cada tanto, mientras que resolvíamos los problemas, acotaba alguna cosa como para terminar mal la mañana.
El día estaba nublado, y yo me fuí corriendo a mi casa sin esperar a nadie. Terminé llorando, puteando. Estaba cansadísima. 
Todo junto. Ninguna hora safable. Un desastre esa mañana.

La palabra "mierda" le queda corta a ese día. Fué de lo peor. Creo que nunca tuve un día tan triste en el colegio como ese. No me sentí bien en ningún momento. ¿Lo peor? que llegué esperanzada de que iba a ser un hermoso miércoles; reía, con una sonrisa de oreja a oreja. Me planteé que ese día iba a ser lindo, por más lluvia, viento, nubes, o pelo frizzado que llegue a tener. Pero no. La escuela se encargó de arruinarme las espectatívas. 
¿Qué puedo rescatar de ese día? Que ví a mi hermano, y que me fué bien en la prueba de lengua, que, sinceramente, me chupó un huevo.

Ahora me seguiré bancando a la señora de 200 años hasta que, dentro de, seguramente, dos meses encuentren a una suplente.

Mis últimos meses del último año de primaria así. ¡Hermoso!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cansada de remar donde no hay agua.